Cine latinoamericano

Sobre el programa de cine del INTEC y la producción de cine en República Dominicana

Por Pablo Lozano
Parte del tanque de pensamiento: El cine latinoamericano se piensa

Soy Pablo Lozano, cineasta dominicano graduado de la Escuela de Cine San Antonio de los Baños de Cuba. Estudiar allí cambió mi visión sobre el cine, el mundo y sobre mí mismo. Me di cuenta de la importancia que tenía no solamente estudiar cine, sino estudiarlo desde una perspectiva de autoanálisis, de búsqueda de identidad dentro del discurso cinematográfico. Al regresar a mi país, me di cuenta de la gran falta de productores creativos que había y, a pesar de haber estudiado dirección documental, comencé a producir proyectos; he dedicado los últimos diez años principalmente a la producción cinematográfica.

Al ser del Caribe y una isla, en República Dominicana tenemos que coproducir internacionalmente, no solo para garantizar la financiación de nuestros proyectos, sino también para que nuestras películas se vean fuera del territorio nacional. El país cuenta con una ley de cine y hoy se producen muchas películas; sin embargo, cuando regresé no había un lugar reglamentado de formación universitaria de calidad al cual pudieran ir los jóvenes dominicanos. Muchos de ellos, recién graduados de la escuela, tenían padres que les exigían un título universitario, por lo cual la opción de estudiar en una escuela de cine no universitaria quedaba fuera de la discusión, así que nos pusimos a la tarea de diseñar un programa de grado en Cine y Comunicación Audiovisual. De ahí surgieron dos retos fundamentales: desarrollar un programa universitario que tuviera que ver con la forma de hacer cine que habíamos aprendido en la Escuela de Cine de Cuba,  encontrar una universidad que no respondiera a intereses económicos, políticos o religiosos, y así poder garantizar la libertad de pensamiento y la libertad de cátedra necesarias para la autocrítica y el análisis de la identidad caribeña en el cine.

El Instituto Tecnológico de Santo Domingo-INTEC es una universidad que fue fundada en los años 70 como respuesta a una situación sociopolítica del país, que estaba viviendo doce años de postdictadura que quizás fueron peores que la dictadura misma. Es una universidad de excelencia académica reconocida por su formación científica y en las ciencias sociales, así que el carisma fundacional de esta universidad nos parecía coherente con la propuesta del programa cinematográfico que queríamos lograr. El INTEC, sin “dueño”, funciona como una ONG. La matrícula y lo que genera la universidad se reinvierte en la oferta académica y en fondos propios para la investigación, que, en nuestro caso, pueden servir como capital semilla de desarrollo de proyectos en producción asociada con la universidad.

Tras lograr el interés del INTEC, el principal reto fueron los recursos. Un programa de grado en cine es muy caro para una institución educativa sin fines de lucro, así que optamos por hacer una experiencia académica polivalente no especializada: brindar una visión holística para que los estudiantes luego puedan seguir su formación académica a través de maestrías, posgrados y formación continuada fuera del país, en instituciones especializadas. Hoy obtener un título de grado universitario sigue marcando la conclusión de una etapa educativa importante para muchas familias dominicanas. Una formación holística, una visión global de lo que es el cine, adquiriendo equipamiento asequible, fue nuestra solución en el INTEC.

Al diseñar este programa en una universidad hubo que cumplir los requerimientos del Ministerio de Educación Superior, lo cual añade al currículum una serie de asignaturas y obligaciones para que sea certificado de manera oficial. El INTEC organiza el programa académico en trimestres y esto implica un desafío fuerte para los estudiantes, ya que el tiempo de ejecución de un trimestre y las evaluaciones deben ocurrir muy rápidamente y los procesos —de investigación y de realización de los proyectos— son intensos. Esto prepara a los estudiantes para la vida laboral, y se nota cuando trabajan en los rodajes en su vida profesional. Para la formación en cine también es un reto encontrar profesionales activos en la industria que tengan la capacidad de comprometerse como docentes de un programa académico de esta naturaleza, así que mi rol en el INTEC es un puesto que vincula a la universidad con la industria cinematográfica. Esta fue una de las necesidades más grandes que encontramos cuando regresamos al país: producir cine de autor en la región vinculando directamente a las instituciones académicas en este proceso.

* * * * *

Hemos realizado varias coproducciones internacionales en producción asociada con el INTEC. Una de ellas es Pepe, la primera película latinoamericana en ganar el Oso de Plata a Mejor Dirección de la Competencia Oficial de la Berlinale este mismo año [2024]. Pepe representó un gran reto para nosotros porque es una de las pocas coproducciones caribeño-africanas, es decir, Sur-Sur, y para lograrlo tuvimos que integrar mecanismos de financiamiento europeo e involucrar a cuatro países: República Dominicana, Namibia, Francia y Alemania. A pesar de que Colombia tiene un papel protagónico en la película, no pudimos integrar este país en el diseño de la coproducción internacional; en primer lugar, debido a factores políticos y, en segundo, a restricciones de los fondos internacionales europeos. Y esto amerita una reflexión.

Lo lógico hubiera sido que a través de Ibermedia hubiéramos podido colaborar —cada país con el aporte de sus propios fondos de apoyo a la producción nacional—, pero el año de nuestro rodaje, por un asunto político, Colombia eliminó el estímulo de coproducción minoritaria.

Para la película fue entonces más beneficioso diseñar una coproducción caribeño-africana, que también es orgánica, porque Namibia es parte protagónica de la historia, lo cual nos permitió acceder a los fondos África, Caribe y Pacífico (ACP) de la Unión Europea, a través de nuestros socios franceses como los alemanes, duplicando así el monto que se hubiese obtenido con Ibermedia solamente. Sin embargo, para aplicar a los fondos europeos existe una limitación de la cantidad de países involucrados que no nos permitió integrar un tercer país latinoamericano en la ecuación, y así, para una película como Pepe, que fue financiada más de un 50% con fondos internacionales, esta decisión fue definitiva.

En conclusión, este es otro de los grandes retos de la producción cinematográfica en nuestra región: coproducir internacionalmente en el marco de estructuras que tengan un sentido financiero, pero también un sentido de dignidad e identidad coherentes con nuestra región. Nos encontramos de frente con las políticas públicas de nuestros países y, obviamente, con las de los países europeos co-productores también. 

El lugar que ha conseguido ocupar hoy el programa de grado en Cine y Comunicación Audiovisual del INTEC en la industria dominicana es muy importante. Ahora mismo estamos finalizando Aunque sea ver el mar, una película realizada a partir de la investigación científica de una tesis doctoral en Psicología sobre la violencia hacia las niñas en barrios marginales de Santo Domingo, filmada con estudiantes de la carrera de Cine como cabezas de equipo. Así, la universidad comienza a darle su primer trabajo en la industria a los egresados. Esta película fue seleccionada en la sección Work in Progress (WIP) de Visions du Réel 2024, consiguiendo el premio LightDocs al proyecto con mayor potencial internacional. Una película pequeña y experimental pudo llegar a competir con otros grandes trabajos internacionales. 

La formación académica es vital para la creación de una industria saludable, desde el autoanálisis. Esto es algo que se ha venido haciendo en las grandes escuelas de cine. Yo fui a una de ellas, la EICTV, y hay otras grandes escuelas en Latinoamérica. Nosotros apenas estamos comenzando.

Ya nuestro programa cumplirá ocho años desde su lanzamiento y estamos en una etapa en la que todos estos temas están siendo analizados para revisarnos. Esta mesa para nosotros es súper importante, porque ayuda a seguir trabajando en el mejoramiento de las experiencias académicas en nuestro país, y en nuestra región.





Una insurgencia silenciosa: los cines de América Latina del siglo XXI

Por Carlos A. Gutiérrez
Parte del tanque de pensamiento: El cine latinoamericano se piensa

En el siglo XXI, Latinoamérica se convirtió en una potencia cinematográfica mundial. Muy discretamente, sin campanas ni silbidos, sin dogmas ni manifiestos, la región consolidó un complejo y plural ecosistema de apoyo a la producción, democratizó el acceso a la realización cinematográfica, impulsó una impresionante nueva generación de cineastas y estableció una vigorosa producción artística de vanguardia.

La base de esta transformación se encuentra, por un lado, en la creación de una estructura sólida y fluida de apoyo a la producción, que involucró a sectores públicos y privados, y a instancias locales, regionales, nacionales e internacionales; y por otro, en la explosión creativa de una nueva generación de cineastas en la región.

La Ley de Fomento de la Cinematografía Nacional de Argentina de 1994 marcó un parteaguas que sirvió de inspiración para muchos otros países latinoamericanos. A ello se sumó la creación de organismos nacionales y transnacionales como Ibermedia, Proimágenes Colombia o el Fondo Cinergia para Centroamérica y Cuba. Estas iniciativas no solo incentivaron la producción nacional y transnacional, sino que también establecieron marcos regulatorios y financieros que permitieron consolidar estructuras robustas y sostenibles, luego replicadas y perfeccionadas por diversos países de la región. Ante la crisis global de distribución y exhibición, Latinoamérica logró proteger su producción de manera innovadora.

El nuevo siglo también fue testigo de una explosión creativa sin precedentes, impulsada en gran parte por la experiencia del Nuevo Cine Argentino de finales de los noventa y comienzos de los dos mil. Esta ola renovadora trajo consigo una generación de cineastas que, con una visión fresca y audaz, comenzó a explorar temáticas contemporáneas, experimentar con nuevas formas narrativas y a replantear cuestiones de política, identidad y raza desde otros ángulos.

Asimismo, el éxito internacional de películas como Amores perros (2000) e Y tu mamá también (2001), de los mexicanos Alejandro González Iñárritu y Alfonso Cuarón respectivamente, junto con Ciudad de Dios (2002), del brasileño Fernando Meirelles, contribuyó a potenciar el interés por el cine latinoamericano y a abrir la puerta a varios realizadores de la región en los espacios más hegemónicos de la industria global.

Prácticamente en todos los países de la región se rompieron récords históricos de producción de largometrajes —un caso particularmente ilustrador es Costa Rica, que en un par de años (2011 y 2012) igualó la producción histórica de un siglo—, pero más importante aún es que se logró salvaguardar, en gran medida, la integridad artística de los proyectos. Esto permitió a numerosos cineastas explorar los límites de la forma cinematográfica. Cabe destacar también el rol protagónico de los festivales —como BAFICI, Cartagena, Morelia, Mar del Plata o Valdivia, entre otros— en la visibilidad y circulación de este trabajo.

Y sin embargo, frente a esta impresionante producción y a una larga lista de logros, seguimos enfrentando un desafío mayúsculo: no hemos desarrollado aún las herramientas necesarias para entender y apreciar plenamente la magnitud ni la grandeza del cine latinoamericano del nuevo siglo.

La geopolítica hegemónica de la industria global del cine permanece prácticamente intacta, y las grandes estructuras de validación siguen concentradas en los circuitos de festivales europeos y norteamericanos. Esto significa que la mayoría de nuestros cineastas deben ser primero “exportados” a esos centros para poder aspirar luego a ser “importados” de regreso a sus países de origen. El cine latinoamericano continúa siendo evaluado y validado predominantemente a través de parámetros eurocéntricos, lo cual ha limitado profundamente el reconocimiento pleno de su valor y relevancia tanto local como global.

A pesar de la riqueza y diversidad de sus filmes y cinematografías, Latinoamérica no ha desarrollado lo suficiente marcos teóricos, críticos y curatoriales propios, indispensables para analizar y valorar adecuadamente su cine.

En el contexto del quiebre histórico actual —que incluye el desmantelamiento de muchas de las estructuras que posibilitaron el florecimiento del cine regional—, se vuelve imperativo mirar hacia atrás y realizar una revisión histórica de esta gran producción. Este ejercicio no solo permitirá reconocer y celebrar los logros alcanzados, sino también ofrecerá una base sólida para futuras generaciones de públicos, cineastas y académicos.

Para proteger y preservar esta rica producción cinematográfica, es crucial crear historiografías detalladas, que sirvan como registro permanente de las obras y de los procesos creativos que han definido al cine latinoamericano del siglo XXI. Estas también serán herramientas valiosas para la investigación académica y la curaduría, facilitando una comprensión más profunda y un reconocimiento más justo del cine de la región.

Desde Cinema Tropical —una organización sin fines de lucro que ha acompañado gran parte de esta producción en su difusión internacional, especialmente desde los Estados Unidos— estamos lanzando una iniciativa de entrevistas, investigación, documentación, archivo y programación para celebrar a los gestores culturales, cineastas e hitos clave que han contribuido a consolidar a Latinoamérica como un polo global de la cinematografía contemporánea. Este proyecto, actualmente en su fase inicial, se extenderá por lo menos un par de años, coincidiendo con el 25º aniversario de la organización en 2026.

La imperiosa necesidad de documentar, archivar y construir una historiografía sobre la producción cinematográfica latinoamericana del nuevo siglo no es solo una tarea pendiente, sino una responsabilidad crucial para asegurar que el legado de esta vibrante y dinámica cinematografía regional perdure e inspire a las nuevas generaciones.