Sobre la encuesta de Sight & Sound: Resistir con feroz alegría creativa

Por Pedro Adrián Zuluaga

Por supuesto que alegra que Jeanne Dielman 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975), de Chantal Akerman, haya sido elegida como la mejor película de la historia por los 1639 participantes (críticos, programadores, archivistas y académicos) que contestamos la encuesta de este año, y que la revista británica Sight & Sound realiza una vez por década desde 1952.

Y alegra no solo por que es un film dirigido por una mujer, que se impone en una lista que se caracterizó históricamente por el dominio masculino, sino por la forma vehemente y radical en que la película de Akerman rompe todas las expectativas del relato clásico o del modo de narrativa institucional.

Otras películas de la lista de este 2022 sorprenden por razones parecidas. Nombres como los de Claire Denis, Barbara Loden, Maya Deren y Agnès Varda ascienden en la valoración de los votantes y abren un espacio para la paradójica canonización del cine más atrevido y experimental.

Lo que resulta del todo sorprendente en la lista de 100 películas es que no haya ningún film latinoamericano, que haya uno solo en español (El espíritu de la colmena, de Víctor Erice, 1973) y ninguno en portugués. ¿Falló el intento de la revista por ampliar su base de votantes y ser más incluyente en la procedencia geográfica de los mismos?

Lo cierto es que esa no parece ser la razón, pues sí hubo un número importante de votantes latinoamericanos o que tienen una clara relación con el cine de Iberoamérica y el Caribe. El resultado puede entonces tomarse como una señal de alerta, más que para el cine de la región, para nosotrxs, lxs criticxs de estos lados, para los festivales y la academia de las áreas geográficas, lingüísticas y culturales en las que nos movemos. ¿Cuál es la relación que tenemos con nuestras propias tradiciones cinematográficas?

El borrado casi total del cine en español y en portugués puede ser también una señal de que Iberoamérica y el Caribe han dejado de importar en las políticas de inclusión decididas desde los centros angloeuropeos, o que ya no importan en la forma en que lo hicieron en décadas precedentes. En la lista de Sight & Sound, además del avance de la presencia de mujeres directoras, también se da cuenta de cines africanos y asiáticos (no en la proporción que se esperaría, pero sí aparece una que otra "noticia" de su existencia).

Esa señal de alerta encierra un desafío y exige, de parte de quienes trabajamos con el cine de estas áreas, algunas tareas muy urgentes para resistir frente a ese borramiento de todo el cine de una región (y de sus lenguas).

Por un lado tenemos que hacer nuestras propias historias del cine—además de las consabidas historias nacionales—y en general escribir más libros sobre nuestros cines y sobre otros cines; hacer más curadurías desde acá y en nuestros propios términos, que además puedan viajar o ser tenidas como referencia por los centros hegemónicos; establecer más diálogos sur-sur sin renunciar a los diálogos sur-norte (y tensionarlos); restaurar más películas; releer el pasado y traerlo al presente con energía crítica renovada. En fin, utilizar todas las formas de intervención posibles en los procesos de circulación de los cines latinoamericanos y del Caribe en los centros mencionados.

Quizá estas acciones empiecen a torcer de una vez y para siempre la odiosísima idea de que las formas y los lenguajes los inventan en Europa y Norteamérica y que en el resto del mundo solo imitamos. Que solo hacemos solo cine de urgencia y supervivencia para traducir nuestros despojos a los despojadores. Que nuestros cines son informativos, transaccionales y solo interesan como alegorías nacionales o territoriales que verifican lo ya sabido.

Latinoamérica y el Caribe pueden haber dejado de ser interesantes para esa mirada externa (esto es solo una hipótesis) y sin embargo, quienes vivimos aquí sabemos que ningún recorte de la mirada extranjera nos puede definir plenamente. Que este mundo nuestro es también un laboratorio de la imaginación, una zona de obras, algo en construcción y por tanto abierto, poroso, vital.

No vamos a resolver la miopía europea y norteamericana. Si además de las asimetrías que han marcado nuestro contacto con esa imaginación imperial tenemos que asumir la tarea de liberarlos de esa miopía, nos volvemos a encerrar en un vivir para los otros y en los círculos de la ansiedad.

Si desde Europa y Norteamérica decretan el fin del cine o el fin de la historia (o formas cerradas y herméticas del cine y de la historia, y de la historia del cine), aquí podemos seguir viviendo y haciendo historia, desenterados de ese cierre decretado. ¡Con feroz alegría creativa!

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en la revista digital The Edge.

Pedro Adrián Zuluaga es un periodista y crítico de cine. Fue jefe de programación del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias - FICCI (2014-2018), y editor de la revista colombiana Kinetoscopio. Es autor de los libros ¡Acción, cine en Colombia! (Museo Nacional /Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano /Ministerio de Cultura, 2007); Literatura, enfermedad y poder en Colombia: 1896-1935 (Universidad Javeriana, 2012), y Cine colombiano: cánones y discursos dominantes (Idartes, 2013) y de numerosos ensayos y artículos para publicaciones colombianas e internacionales. En el 2018 ganó el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (Colombia) en la categoría de Crítica en prensa.