Por Carlos A. Gutiérrez
“Luchemos por la justicia del audiovisual.”
—Emiliano Zapata, SPcine
Hace unas semanas, mi colega Paula Astorga y yo presentamos y moderamos el espacio de reflexión Tan cerca del futuro, como parte del Bogotá Audiovisual Market (BAM), que se llevó a cabo del 14 al 18 de julio en la Cámara de Comercio de Bogotá, Colombia.
Este espacio surgió en parte como una extensión del tanque de pensamiento El cine latinoamericano se piensa, lanzado el año pasado en BAM, así como de la iniciativa de nuestros colegas Carlos Eduardo Moreno y Andrés Suárez de convocar un encuentro de salas de exhibición.
Con base en la experiencia del Seminario Públicos y Audiencias del Futuro y desde el trabajo de Cinema Tropical, propusimos a nuestros colegas del BAM un formato de encuentro que permitiera conocer diversas iniciativas de exhibición en América Latina. Contrastar estas experiencias con algunas europeas buscaba ampliar el intercambio y nutrirnos mutuamente como colectivos.
Desde mi perspectiva profesional, uno de los mayores retos del cine es la democratización de la exhibición presencial. Por años he argumentado que el cine es un arte escénico: la oportunidad de que una película se encuentre con un público específico, en un tiempo y espacio determinados, es lo que nos distingue del resto de la industria audiovisual.
Desde el inicio, la intención de este evento, estructurado en cuatro sesiones —“La sala como distribuidor”, “Prácticas curatoriales”, “Cinematografías regionales y públicos locales” y “Redes nacionales y regionales”— fue compartir experiencias sobre la exhibición de cine independiente, inspirarnos y explorar posibilidades de crear frentes comunes desde un enfoque lúdico, reflexivo y horizontal.
Los resultados fueron más que inspiradores. En la jornada inaugural, Paula y yo compartimos nuestras visiones sobre el momento actual del cine. Subrayé el reto que implica pluralizar la exhibición presencial: es fundamental fortalecer redes sólidas de salas verdaderamente independientes, capaces de contrarrestar a los cineplex y a las mal llamadas “salas de arte”, que muchas veces reproducen lógicas comerciales disfrazadas de diversidad. La ausencia de estas redes representa un obstáculo estructural.
Los cuatro días del encuentro resultaron profundamente enriquecedores. Fue emocionante conocer el trabajo de iniciativas como la Red de Salas de Chile, el Circuito SPcine en São Paulo y diversos programas de exhibición comunitaria en Colombia. Estos modelos que ponen a los públicos en el centro muestran que América Latina ya cuenta con redes con enormes posibilidades de articulación.
Un tema recurrente —también en la segunda edición del espacio del tanque de pensamiento— fueron las nociones de fracaso y anomalía. Reflexionar sobre lo que no ha funcionado, sobre lo que se desvía de las lógicas dominantes y sobre lo que no encaja en las estructuras convencionales resultó no solo necesario, sino urgente. ¿Qué valor político y creativo tiene aquello que etiquetamos como anomalía? ¿De qué manera podemos resignificar y asumir la idea de fracaso para liberarnos de expectativas preestablecidas y abrir espacio a nuevas, más fluidas formas de pensar la exhibición?
El miércoles, en la segunda jornada, conversamos sobre prácticas curatoriales en las que participaron Ricardo Cantor, de la Cinemateca de Bogotá, y el crítico y curador Pedro Adrián Zuluaga, quien también moderó las sesiones del tanque de pensamiento de este año. Cantor presentó el programa Cinemateca Rodante y la curaduría Horizontes, dedicada a crear nuevos vínculos con los cines latinoamericanos. La sesión giró en torno a la programación: qué proyectamos, para quiénes y desde qué posicionamientos.
Más allá de la selección de películas, una curaduría consciente de su función política puede convertirse en una herramienta de mediación, pedagogía y creación de vínculos. Se discutieron los retos de programar desde una perspectiva situada, con atención a los contextos específicos de los públicos, y los riesgos de reproducir modelos extractivistas incluso dentro de circuitos independientes. Esto plantea la pregunta: ¿cómo generar verdaderas conversaciones entre las obras y las comunidades a las que se dirigen?
El jueves fue el día más cargado, con presentaciones de varias organizaciones enfocadas en redes y estrategias de sostenibilidad incluyendo los proyectos Temporada de Cine Colombiano, Fuego Inextinguible Cine, Colombia de Película y Otros Ojos. Fue alentador escuchar diferentes experiencias de exhibición regionales que dan cuenta de procesos sostenidos y colaborativos capaces de sortear contextos difíciles —crisis políticas, falta de financiamiento, indiferencia institucional— mediante la organización colectiva y la creatividad. Se discutió también la necesidad de crear ecosistemas que trasciendan lo nacional y se piensen desde lo regional o continental, sin perder de vista las especificidades locales. La sostenibilidad, se dijo con insistencia, no puede pensarse solo en términos económicos, sino también afectivos, relacionales y éticos.
Finalmente, el viernes realizamos un diálogo grupal en el que varios participantes compartieron sus perspectivas. Esta sesión fue especialmente emotiva, pues muchas de las experiencias están profundamente arraigadas en procesos comunitarios, escolares o intergeneracionales. El trabajo de mediación, la construcción de confianza con las audiencias y la pedagogía de la mirada surgen como pilares fundamentales para cualquier proyecto de exhibición que aspire a ser transformador. No se trata de imponer contenidos ni de educar a los públicos de manera vertical, sino de acompañar y proponer espacios de descubrimiento y encuentro.
Nuestro colega Marcio Migliorisi, Jefe de Asuntos Internacionales de la Agencia Cinematográfica y Audiovisual del Uruguay (ACAU), nos hizo reír y reflexionar con su comentario: “¿Y quién paga la fiestita?” Ante estos retos y oportunidades, es fundamental no solo identificar fuentes de financiamiento, sino también replantear nuestras estrategias económicas desde nuevas perspectivas, creando ecosistemas financieros que consideren los contextos locales, las necesidades de los públicos y la construcción de redes de apoyo. Solo así la exhibición independiente puede convertirse en un acto de justicia audiovisual, creativo y transformador.
Cerrar este ciclo de conversaciones nos dejó con más preguntas que respuestas —como debe ser—, pero también con una enorme sensación de comunidad. Lejos de la lógica competitiva que muchas veces rige el campo audiovisual, este espacio fue un recordatorio de que la exhibición puede ser un acto de resistencia, de cuidado y de imaginación colectiva. Luchar por la justicia del audiovisual no es una consigna vacía, sino una práctica cotidiana que requiere voluntad, convicción y redes de apoyo.
Gracias a quienes hicieron posible este encuentro, incluyendo también a Santiago Parra del equipo de BAM. Seguimos cerca del futuro.