Entendernos como región: una urgencia para el cine en América Latina

Por Paula Astorga Riestra

Durante cuatro días de encuentros en la última edición del Bogotá Audiovisual Market (BAM), y gracias a una alianza con Cinema Tropical y el Seminario Públicos y Audiencias del Futuro, se abrió una conversación que resulta ineludible desde hace tiempo: la vida pública de nuestras películas. En este espacio, celebrado bajo el nombre Tan cerca del futuro, distintas organizaciones e iniciativas —institucionales e independientes— nos sumamos a un ejercicio de reflexión crítica con especial atención a los públicos.

Las audiencias han sido siempre una de nuestras urgencias medulares, particularmente en lo referente a la accesibilidad de nuestras propias películas dentro de América Latina. Es sabido que los sistemas de distribución que aún dominan —inicialmente concebidos como mecanismos para el cine independiente, es decir, para nuestras cinematografías— articulan la comercialización de películas a partir de intereses económicos y sistemas de validación que han jugado en contra de la posibilidad de contar con una oferta más plural de cine en nuestras lenguas y para nuestros territorios.

En cada país latinoamericano, tanto en el ámbito público como en el privado, la producción de películas y las políticas locales de fomento a la creación se han fortalecido. Hoy contamos con múltiples iniciativas valiosas que auguran un gran futuro para las nuevas generaciones de cineastas. Sin embargo, es fundamental también atender los nuevos fenómenos de vinculación y promoción fílmica, impulsados en años recientes por una notable participación de organizaciones ciudadanas. Estas iniciativas van mucho más allá de la llamada “formación de audiencias”, un concepto que, aunque presente en las agendas institucionales, ha quedado insuficiente y desgastado conceptualmente.

En Tan cerca del futuro se compartieron diversas experiencias y se evidenció la necesidad de seguir explorando modelos. Durante los días de intercambio, bajo la premisa de la cultura como derecho humano y desde una visión descentralizadora, conocimos programas e iniciativas de México, Chile, Brasil y Colombia, todas emocionantes y pertinentes para el desarrollo de circuitos locales y nacionales. Sin embargo, mientras la programación y las políticas institucionales no incorporen una perspectiva interregional —donde el intercambio de películas y la ampliación de circuitos no dependan mayoritariamente de agentes de ventas europeos—, la posibilidad de fortalecer nuestras identidades y enriquecer un sistema de circulación que reconozca al territorio como generador de valor seguirá debilitada.

La exhibición y la promoción están adoptando nuevas formas. Proliferan propuestas que generan diversas posibilidades para ver cine de manera presencial, con distintas vocaciones, géneros y formatos en todos nuestros territorios. Observamos cómo crecen salas fuera de los monopolios comerciales, cómo se configuran redes y cómo se establecen diálogos frescos que buscan fortalecer la relación con los espectadores locales. No obstante, las iniciativas impulsadas por los institutos —ya sea en espacios propios o mediante estímulos a la circulación y programación en circuitos de terceros— se concentran, razonablemente, en sus cinematografías nacionales. Aquí radica la urgencia de ampliar la mirada hacia lo regional: aún enfrentamos enormes desafíos para la circulación y exhibición de nuestros cines en un marco que permita un equilibrio latinoamericano más sólido.

En nuestro ecosistema fílmico, las alertas están encendidas respecto al desarrollo y reconocimiento de públicos y audiencias. La competencia por la atención es feroz y las nuevas generaciones reciben una oferta inabarcable de entretenimiento en todas sus formas. La gran tarea pendiente sigue siendo la construcción de pertenencia territorial y la creación de mejores mecanismos de sostenibilidad, que permitan equilibrar memoria y reconocimiento mutuo entre nuestras cinematografías.

Se necesita una política regional que facilite la circulación de catálogos, la actualización de directorios, la generación de publicaciones y el cultivo de relaciones que fortalezcan redes de colaboración e intercambio. Una política que reconozca a nuestros públicos de manera transversal; que elimine los cuellos de botella que limitan la accesibilidad entre países; que restablezca mecanismos de cruces de métricas y propicie incentivos para fortalecer y proteger salas y espacios que hoy sobreviven frente a las inercias hegemónicas de la industria.

En otras palabras, se requieren políticas que respalden a gestores y promotores independientes en todo el territorio, incluyendo Centroamérica y el Caribe. Que apuesten por el impulso y cuidado de espacios independientes con vocación comunitaria, desde lo colectivo y como apuestas para el desarrollo local. Estos espacios abren oportunidades inmensas para la circulación de películas y su encuentro con nuestros públicos. Porque esos públicos, más allá del contexto inmediato y superficial de la industria del entretenimiento, representan la posibilidad de futuro para nuestras cinematografías. No olvidemos que la culminación de cualquier película sucede cuando se proyecta en una sala de cine frente a una audiencia.